Cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso, ¿acaso alguien se puso a pensar en lo que un ticket por una vida eterna en el jardín del Edén incluía? Analicemos:
Primero tenemos el paisaje, kilómetros y kilómetros de bosques verdes y aguas cristalinas, aire puro, nubes blancas y la madre naturalaza llevada a su más puro estado. Claro, si Adán y Eva hubieran conocido la pornografía, se hubieran percatado de la infinidad de fantasías sexuales que incluía su “pequeño rancho”.
Segundo, enfermedad. Porque sí, Dios había hecho un tan buen trabajo que en esa burbuja que se tenía por mundo, las enfermedades venéreas estaban erradicadas, y si a eso le sumamos que el sexo anal hubiera evitado el pequeño detalle del embarazo, nos da como resultado, una vida llena, repleta y colmada de sexo sin consecuencias, ni siquiera irresponsable, sino que libre.
Tercero, el desnudo. Vamos, piensen, si Eva no le hubiera dado de comer a Adán de la manzana, la filosofía paradisíaca aun reinaría en nuestra tierra (aunque sin contar los dolores de cabeza que le habría provocado el comunismo), ¿y eso que incluye?, que la gente aún caminaría desnuda, ¡desnuda! Modelos, actores, pornostars, amores platónicos, absolutamente todos vivirían como “dios los echó al mundo”, y sumándole la sorpresas que nos evitaríamos al “momento de” con respecto al tamaño, nos da una idea de lo ventajoso que era esa política.
Entonces rescatemos la historia. Todo el planeta estaba plagado de comida al alcance de cualquiera, millones de bosques, pero la primera mujer, se acercó al único árbol que no se podía acercar. Escuchó a una maldita serpiente parlante, y peor aún, le hizo caso cuando ni siquiera conocía las historias de Disney. Llamó a Adán, y lo convenció de comer de la manzana negándole la oportunidad de ser homosexual y llevándolo a una vida familiar.
¿Conclusión?. Eva, era una estúpida.
Agosto, era recordado cada año como uno de los meses más importantes, ya sea por el ya mega anunciado cumpleaños de Emilia, o quizás por el muy cercano y glamoroso cumpleaños de Madonna, o talvez, por el también increíblemente cercano cumpleaños de Nicolás. Lo interesante, es que de esos tres, sólo los años de la “diosa del pop” eran esperados, mientras que las dos décadas de los demás, tenían un sabor un poco extraño.
Primero, fue Madonna, la única mujer con la que cualquier homosexual sueña y cuya celebración siempre prometía ser uno de los eventos del año, junto con la fiesta en Pagano para el 18 de Septiembre, junto con el aniversario del pub, junto con la fiesta de año nuevo, y claro, junto con el día en que la Meli perdiera la virgnidad.
-Esa cosa se va a llenar, apuesto a que hay una fila enorme-. Mi voz, era la única que se escuchaba en la oscura calle que generalmente salía en reportajes por su ola de asaltos.
-No creo, si igual es temprano-. Respondió la Mili con sus labios excesivamente remojados en el humectante que, generalmente pertenecía a la Melissa.
Cuando llegamos a Pagano, había más gente de la que estábamos acostumbrados a ver en la entrada, y sentados, al final de la fila en la escalera de un hotel mal ubicado, estaba Javier, la Pauli (amiga lesbiana de Nicolás, de la Meli y la Mili, distanciada del grupo por nuevas amistades y poseedora del léxico de garabatos más grande que yo haya escuchado en mi escasa vida carretera), Jonathan (el que por vueltas de la vida era mi compañero y amigo gay en mis dos últimos años de enseñanza media, eso, hasta que empezó a mirar con otros ojos a mi pololo, perdón, ex-pololo ) y el Pablo (nueva amistad del Javier y la Pauli, amigo de hace años del Jonathan, enemigo mío desde la enseñanza media y jote recesivo de Nicolás…según yo).
-Maricoooooooooooones-. Saludó la Mili con esa voz aguda y delgada que sólo era para sus amigos del ambiente.
Yo me quedé atrás e hice una seña con la mano, era obvio que si empezaba con la serie de besos en las mejillas, llegaría a personas que mi boca no tenía intenciones de besar.
Y ahí esperamos, ellos conversando y yo, en un estado entre la desesperación y un estado epiléptico, porque aunque lo tuviera en frente, Nicolás no me hablaba, no me tocaba y no me miraba. Como si yo fuera transparente.
Si al comienzo nuestra amistad, establecida ya hace un tiempo tenía como base un período para reparar y pulir cosas como mi dependencia, ahora corría por un carril un poco más oscuro. Nuestro tiempo, se había convertido en un auténtico travestí, y ahora, se había maquillado y vestido como un mero lazo sexual, yo me había convertido en lo que algunos denominan como su “fuck body”,y ambos, éramos para mi pesar, meros amigos sexuales.
Dentro, en la horriblemente pequeña pista de baile, las cosas siguieron igual. Yo al borde de alguna clase de colapso, y Nicolás, como siempre, disfrutando de su carrete y de sus amigos. Era como si de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, todos tuvieran más derechos y beneficios para con él, todos, excepto yo.
Fraude, todo esto era una estafa, porque al parecer, Santa Madonna, no era tan benevolente como para preocuparse de su pobre y solitaria oveja rosada.
Y justo en medio de todo ese remolino masoquista e impregnado de ese olor a cigarrillo, él me pregunta:
-¿Te pasa algo?-.
Fue entonces cuando la agonizante oveja estalló.
-¿Sabes que me pasa?, que me enferma, me desespera que no me pesquí. Nicolás, no me mirai, no me tocai, ¡nada!. Y te tengo al frente, tan cerca, pero no puedo-. A esa altura, la pobre oveja ya comenzaba a llorar.
-Ni una palabra, la pasai bien, te reí y yo estoy al lado mirándote, pudriéndome por dentro porque no puedo estar contigo y tú ni siquiera me mirai, y veo como el Pablo te mira y habla de ti, y yo estoy aquí y…-.
-¿Es que sabí porque no dejo que me toquí?, ¡porque tú ni siquiera hací el intento por integrarte!. Daniel que onda, llega gente que te molesta y tú altiro cambiai la cara y te amurrai, como tan dependiente. Sabi, de verdad me cansai, hoydia me aburrió tu actitud y pienso pasarla bien, y de verdad ojala tu hagai lo mismo. Osea, el Javier te conversaba y tu con suerte le respondi, ¿cómo no la podi disfrutar por ti?. Daniel, tení 18, ya estai grande-.
Estábamos en el pasillo del baño, y Nicolás volvió a la pista de baile. Y la oveja, sintiéndose aún más miserable, se lavo la cara, y se unió al rebaño del que sólo quería escapar, porque obviamente, esa oveja, aún era un niño.
Si la realidad nos da a entender que la edad es simplemente nuestro estado mental, ¿Qué nos indica nuestro grado de madurez?. ¿De verdad ya estamos grandes como para depender a un nivel macro y conformarnos con el papel de la oveja exiliada?.
¿Qué es ser lo suficientemente maduro, como para decir, sí, ya soy una persona grande?.
Una noche de sábado en Pagano constaba de ciertos elementos, que si bien varían según el especial, siempre permanecen ahí. Los travestís, cuyas performance fueron un homenaje a la cumpleañera. Los regalos, de los cuales sólo obtuvimos chocolates, champagne y torta (sin contar la pelea que tuvo la Mili por una polera). Y tercero, la música.
Pero entonces ahí, cercano al momento en que más deseaba que la noche me atrapara y me impregnara aunque sea sólo un poco de su aire festivo, ocurrió. Con horror, y una desesperación que se acercaba peligrosamente a un infarto presencié como a unos centímetros de mí, un hombre risueño, pasaba la mano en torno a la cintura de un también risueño, Nicolás. Cerré los ojos, pero cuando los abrí, la expresión de agrado de mi “ex-novio” seguí ahí, y seguía, y seguía, y la mano de aquel hombre se posaba sobre sus hombros, y seguía ahí, y no desaparecía.
Cuarto elemento de Pagano, jotes o roba ex-novios.
Tolerancia, resistencia, saber desviar la mirada de lo que nos hiere. Algo había en la fórmula de cómo ser un adulto yo no estaba entendiendo. Y frente a mí, en medio de toda esa gente y sin ningún tipo de preparación o estudio previo, tenía mi certamen final.
Abordar o no abordar, amurrarse o no amurrarse, sufrir o no sufrir, bailar o no bailar, preocuparse o no preocuparse.
Y en la pista de baile, con Hung Up de fondo, lloré de forma silenciosa. Había reprobado.
Según una extraña alineación de los planetas, los rayos del sol, por un lapso de una semana, cambiaban su composición molecular de una forma extraña y nunca percibida por los especialistas. En cambio, sus consecuencias, si bien eran sutiles, causaban estragos. La hierba detenía su crecimiento, las aves volaban desorientadas, los hombres lobos se desenfrenaban en las noches y la Meli, se volvía 100% heterosexual.
Hace unos pocos días, se había enterado de su rendimiento académico, y como el sistema emotivo de Melissa estaba íntimamente ligado con el carrete, esa semana, se mudo de mundo. Esa semana, viviría muy lejos de nosotros, en el país de heterolandia.
Y así llegó a esa remota esquina, frente a un colegio de muy mala reputación, donde existía un lugar que la gente denominaba como “el huevo”, un paraíso de tres pisos para quién escuchaba un extraña mezcla de sonidos y letra erótica, el reggeton.
-Oigan, ¿y no podemos subir para ver que otra música hay?-.
La Meli estaba sola contra todos esos penes con olor a cerveza (a diferencia de Pagano, que en cuyo caso los penes olían a Vodka naranja), iba con sus compañeras de administración, así que esta vez, no tendría a la no sutil figura de la Mili para apoyarla, que en su idioma significa, darle más alcohol.
-Osea sí, arriba es como un poco más alternativo, pero igual esta vacío y no hay ni un mino, así que no tiene gracia-. Le respondió una de sus compañeras.
-Ahh…obvio, demás-.
Cuando la realidad se pone en frente de una forma tan explícita que ni siquiera podemos voltear, porque de pronto, ni siquiera nos damos cuenta y ya está encima, tan cerca de nuestra cara que podemos sentir su respiración. Es ahí, cuando debemos dejar de soñar, poner los pies en la tierra, y ser una persona madura.
Pasaron exactamente 13 minutos cuando por fin la Meli dijo:
-Emmm…saben chiquillas, me voy pa’rriba mejor-.
La Meli, no volvió a bajar al primer piso. Había reprobado también su certamen.
Y por otros recónditos lugares de de la ciudad, teníamos a Coyote Quemado, uno de los pocos pub “no-webiados” que la gente webiada frecuentaba, generalmente en el plan de la “previa”. Era famoso por su “Sacrificio Maya”, el que a su vez era famoso por dejar a la Mili en lo que se conoce como “arriba de la pelota”, la que a su vez era famosa por censurar las dos décadas de cumplía esa noche.
-Ellas se parecen a nosotros-. Me dijo Nicolás.
Porque ahí estaban, justo frente nosotros, el ejemplo en carne de que la vida es lo suficientemente inmadura como para refregarnos en la cara lo que algún día perdimos. La Maca y la Maru eran pareja, (la primera pareja lesbiana que conozco) llevaban un poco más de un año, radiantes, la pareja ideal pero con dos vaginas, ambas extrovertidas y con una increíble, abismante, omnipotente y quizás natural capacidad para introducirse a todo ese círculo de gente, en su bolsillo. Quizás pasaron 15 minutos, quizás fueron menos, pero todos terminamos amándolas.
Era una pesadilla.
-Sí, pero con la diferencia de que ellas están pololeando-.
-Si fueras como la Maca, estaría pololeando contigo-.
Y entonces ya no quise seguir hablándole, y ser un niño amurrado, introvertido, y con una increíble, abismante, omnipotente y quizás natural capacidad para hundirme entre la gente, fue lo que menos me importó.
¿Alguna vez han sido atormentados por esa voz, que algunos llaman conciencia, cuando repite una y otra vez “pendejo” con ese tono burlón? Juzga cada uno de tus actos, cada una de tus decisiones para humillarte con lo que tú ya sabes. Porque en ese momento, somos completamente concientes que nos pasamos al territorio de la inmadurez, y cuando estamos ahí, lo único que se le puede responder a esa vocecilla es: Vete al diablo.
Claro, en este caso, nos fuimos a Pagano.
Y cuando todo parece normal, y esa atmósfera que deja todo asunto encerrado en la clasificación de trivial nos rodea, y por fin descubrimos el lado saludable de un carrete (callar a la conciencia), algo nos sorprende, y esta vez, con una voz de mujer.
-Acompáñame a pedir un vodka-.
Yo miré a la Maru y asentí.
Pasaron no más de 2 minutos, cuando ya lejos del grupo, ella preguntó:
-Se dieron un tiempo, ¿verdad?-.
-Emm…si-.
-Y ¿pa que?-.
Yo no pude evitar guardar silencio, aunque era obvio que conocía la respuesta.
-Porque como que hay hartas cosas que solucionar, osea, yo, que yo tengo que solucionar. Es que soy como súper dependiente, súper paranoico, tengo baja autoestima, no disfruto la relación, etc-.
-Pero están puro webiando, ¿te digo algo?, hace un rato bajé con el Nico a pedir un trago, y te juro que altiro me empezó a hablar de ti.
-¿En serio?-.
-De verdad, onda me empezó a contar que tú erai súper niño y que estabai aprendiendo, saliendo más con tus amigos. Él está súper enganchao, te quiere, me contó que primera vez que tenía una relación tan bacan con alguien. Están puro perdiendo el tiempo, ustedes se quieren… tienen que estar juntos-.
-Osea…-.
-Weon, ¡y tu soy súper mino!, que onda, hacen súper buena pareja-.
Y yo quedé sin habla, y la música, la gente y todo pareció acercarse, porque la Maru, con su increíble, abismante, omnipotente y natural capacidad para ganarse a la gente, me había traído de un golpe, al mundo real de la gente grande, con la diferencia de que ésta vez, no tenía un tal mal sabor.
Y justo en ese instante, dos brazos pasaron por mi cintura, que para mi gusto y sorpresa, no me soltaron.
Todo el tiempo que duró esa noche, pareció irreal. Porque de pronto, y quizás sólo por una noche, tuve esa extraña, increíble, abismante, omnipotente y espero natural capacidad para salir de la multitud, alzar la voz, y reírme con ese grupo de veinteañeros.
10 horas después, cuando todo estaba despejado, y cuando la Mili recién estaba aprendiendo a vivir como una mujer de 20 años, ocurrió lo que según ella, era su merecido regalo por parte de Santa Madonna. Porque en la vereda de enfrente, con su cabeza gacha y la mirada perdida en algún lugar que no pertenecía al lugar físico en el que se encontraban, estaba él.
Rodrigo había sido el amor platónico de la Mili por los dos primeros años de su enseñanza media, justo cuando él no hablaba y conservaba esa aura de misterio, justo cuando Emilia era demasiado cobarde para acercársele y justo cuando tenía a Nicolás al lado para impulsarla a “comérselo”.
La Mili se quedó quieta, mirando, esperando ese milagro que haría que él levantara la vista y la reconociera. Pero no pasó nada.
-Bueno, igual estaba rico-. Pensó.
Y el día continuó sin esperar a nadie, ni siquiera a una mujer de 20 que no se atrevía a saludar a su ex-compañero. Pero como dicen, si Madonna no va a la montaña, la montaña va a Madonna.
-Emilia, hola-.
La Mili estaba ahí de pie, y Rodrigo estaba ahí, justo frente a ella, y en una pequeña fracción de segundos, la Mili fue capaz de decirse a si misma:
Mentira, weon pasaron como 2 horas y me lo topo de nuevo, osea que onda, esta wea es demasiada coincidencia, esto tiene que ser un designio de Madonna. Osea Mili, se te puede pasar una vez, pero dos. Mínimo te pinchai a este weon.
Pero su boca se limitó a decir:
-¡Rodrigo!, hola, no te había visto-.
-Tanto tiempo, que bacán encontrarte, pero...ah, puta, justo me tengo que ir a mi casa, onda por el puerto-.
-¿En serio?, weon, ¡justo voy al puerto!, te acompaño-.
Y así fue como una mentira, llevó a Emilia a cumplir esa deuda consigo misma que tenía desde hace años, y ese soleado día de Agosto, la Mili, como diría Nicolás, se comió al Rodrigo..
Tres días después, Rodrigo la llamó a su celular, pero la Mili no contestó, le dio vergüenza.
Algo está claro, y es que al parecer, la vida nos quiere enseñar por cualquier tipo de medio que con nuestra actitud propia de un pre-adolescente, no vamos a llegar muy lejos, y peor aún, no vamos a poder tomar esas oportunidades, esos golpes de suerte y nuevas experiencias que teóricamente, nos deberían ayudar a madurar y ser mejores personas.
Quizás, la pregunta claves es: ¿Qué nos asegura que vamos a madurar?.
Y por fin, el tercer y para mí más importante cumpleaños, esa celebración especial y extraña, probablemente el único evento que te cambia tanto tu filosofía monetaria. Porque para ese cumpleaños, no importa que gastaras tus ahorros equivalentes a dos meses, o la mucha ropa Zara que podrías comprar con ese presupuesto. Lo importante, es este caso, es ver la expresión de asombro del cumpleañero.
Mi plan era fácil, haría un ingenuo circuito por toda la casa de Nicolás, donde descifrando acertijos tendría que encontrar cada uno de los regalos. Ok, quizás el plan no era tan fácil, pero acéptenlo, a cualquiera le gustaría un regalo de ese estilo.
Y al anochecer del 28 de Agosto, con unas dos horas de retraso, llegó. Yo esperaba en el patio, con un grueso libro de historia del arte en mi espalda, rezando a Madonna para que todo resultara y mi histeria matutina no hubiera sido en vano.
Al final de todo, terminó haciendo trampa y no encontró uno de los 4 regalos, pero cuando los tuvo todo en su poder, y comenzó a rasgar el papel con cuidado para conservarlos en su caja de recuerdos, comenzó a llorar.
-Que eres tonto-. Dijo por fin.
-Si sé-.
A eso es lo que me refiero, a cuando esa persona dice, “no”, “¿Cuánto te costó?”, cuando llora, te toma de las mejillas y te besa porque de alguna forma, te las arreglaste para hacerlo feliz.
Y entonces dijo:
-Te amo-.
Y mientras dejaba los regalos a un lado, mientras me abrazaba con fuerza, y justo cuando yo comenzaba a meditar sobre la veracidad de sus palabras, encontré la respuesta.
¿Qué nos asegura que vamos a madurar?
Pues fácil. Lo que nos lo asegura, es ese gran, fuerte e interminable abrazo, que nos espera al final del camino.
lunes, 17 de septiembre de 2007
viernes, 10 de agosto de 2007
Capítulo II: Lo que mereces (Saiko)
Cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso, Dios fue inteligente. Se confabuló con toda su creación para recordarles a los exiliados que se habían perdido del mejor lugar que pudieran conocer, o imaginar. Entonces fueron desdichados, y de un paradisíaco bosque se hundieron en la horrible, trágica y estresante jornada laboral. Y sí, Eva comenzó a sangrar, no contrató Tv cable para enterarse de la invención de las pastillas anticonceptivas, uno de sus hijos resultó ser un psicópata homicida y el sexo resultó ser otro componente de su monotonía.
Eso, hasta que Adán fue un poco más inteligente, contrató un abogado, y con la respectiva separación de bienes, pidió el divorcio.
La historia cuenta, que la solitaria Eva, presa fácil de la depresión (una enfermedad que estaba de moda en ese tiempo), se internó inevitablemente en el mundo de las posibilidades, descubriendo, como todos, un placer sustituto. Las fuentes cercanas cuentan que la primera mujer, logró por fin, encontrar su paraíso, lo malo, es que su paraíso, era ilegal. Y así, la marihuana, la cocaína y el crac, se transformaron en sus nuevos compañeros, en su realidad.
Para nosotros, la realidad, estaba en Valparaíso. La única ciudad donde la línea entre lo pintoresco y lo glamoroso, entre lo sórdido y lo tradicional, es tan delgada. La única ciudad donde el panorama ideal es salir a caminar, sin contar claro, la bohemia porteña.
Pero lo más interesante aún, en este puerto, es darse cuenta como cada uno de sus habitantes, parece haber perdido algo. Cualquier cosa, cualquier persona, por ínfimo o mortal que parezca. Y claro, por consecuencia, cada uno de ellos también está en busca de su sustituto, de su paraíso ficticio. Incluyendo nosotros.
Pero en otro lugar, aún más lejos del paraíso, me encontraba yo, Daniel, en la no agradable mañana sustituta, de la que debería haber sido la agradable mañana post-noche amorosa, con mi pololo.
-Es que de verdad me cansai', me cansa que no disfrutes de esto, me cansa que nunca la podamos pasar bien y me enferma terminar siendo como tu papá-.
Esa vez, a diferencia de muchas otras y tantas veces, no dije nada. Y entonces, tomando el lugar que le correspondían a todas mis hipótesis, a todas las cosas que antes reprochaba, a toda mi obsesiva paranoia, sólo quedó mi silencio.
-¿Te doy un consejo?, relájate, sal con tus amigos, y búscate otro pololo-.
Esa mañana, Nicolás se fue, y lo único que quedó, fue una no paradisíaca habitación vacía, un montón de lágrimas que no paraban y la real, dominante y para nada ficticia realidad. Y esta vez, no había nada que la remplazara.
Mientras que a un mundo homosexual de distancia, la Meli, estaba en su propio paraíso hecho de números y calculadoras, donde la serpiente, se llamaba Cristián, su inalcanzable, rubio y dicharachero amor platónico.
-Hola-. Lo saludó con la sonrisa inocente que sólo una virgen de 20 años puede tener.
-Hola-. Le respondió él.
Y eso fue todo.
Mientras que al otro día:
-¡Hola!-. Lo volvió a saludar, esta vez, con un beso en la cara.
-Ah, hola-.
Y eso fue todo.
Mientras que al otro día:
-Hola, ¿cómo estay?-.
Él la miró, esta vez la Meli llevaba un escote.
-Emm...bien, ¿y tú?-.
-¡Bien!, gracias-.
Pero esta vez, eso no fue todo.
Quizás fue el saludo, quizás fue el olor, quizás era el exceso de tiempo junto al ego de Nicolás, pero esa vez, la Meli, no se iba a conformar con algo ficticio.
-Oye Cris, ¿tení algo que hacer el sábado?-
El la miró con paciencia, y por fin esbozó una sonrisa.
Lo hice, lo logré, por fin ya no más maricones, pensó la Meli, por fin un mino con quién pinchar, por un fin pico que no se pare con otro.
-Pucha, sorry, pero es que yo soy gay-. Respondió Cristián.
-Ah..em..filo, ¡cuídate!-.
Y eso fue todo.
Ese día, la Meli recurrió a su eterno plan B, y se puso a llorar en el baño.
Cuando el mundo está lleno de posibilidades, ¿qué nos impide seguir luchando?, que hay dentro de nosotros que nos hace unos conformistas, unos vagabundos que desviándonos del camino y desesperados por llenar ese vacío, recurrimos a algún sustituto. No importa que sepa amargo, no importa que sea una vil copia del paraíso original, no importa que la etiqueta diga claro y grande “artificial”. Porque claro, mientras nos haga sentir un milésima mejor, la realidad deja de importar.
Entonces ahí entra en juego el extraño y multifacético mundo de las posibilidades. El doloroso juego del buscar, llorar y reemplazar.
A menos claro, que no tengas opción, como nosotros.
La carrera de Inglés de la Universidad Católica, era como algunos la llamaban, la fabrica de maricones. No se sabe porqué, pero había algo en el idioma que atraía al genero webiado, cómo si compartir la lengua madre con Madonna o Kylie, le otorgara glamour a la gente. Eso, a la Mili, le encantaba.
La Mili era la clásica y mundialmente famosa “gay amigui”, la que a todos sus amigos hombres los llama por el equivalente femenino de su nombre, la que no importa en que grupo, contexto o planeta esté, siempre, y absolutamente siempre, tendrá su séquito de webiados que la siguen.
Era tarde, en medio del carrete conmemorativo del día número 28 del segundo semestre, algo, claro está, digno de celebrar, si eres la Mili, obvio.
-Hueon es horrible, mi pobre amiga tiene 20 y de verdad está desesperada por un pico-.
-¡Entonces que deje de ir a los antros de maricones po!-. Exclamó la Yerka, cuyo nombre real, por consecuencia, es Yerko.
-Pero es que no lo podemos evitar po, osea Madonna nos llama, óbviala-.
-Igual tú teni suerte que no tengai ese problema- . Agregó la Maru, una de las pocas mujeres del grupo, pero una de las tantas homosexuales.
La Mili la miró con la máxima concentración que el alcohol le permitía.
-¿Por qué lo decí?-.
-Porque erí maricona, obvio-.
Y de pronto todo se detuvo, y la vida de la Mili, pasó ante sus ojos, literalmente.
-Weona yo no soy lesbi, osea me encantan los maricones, y puedo webiar con mis amigas lesbi o hetero, pero de ahí a que me guste, es harta la diferencia-.
-Ya..., ¿y entonces porqué toda la gente de la U te tiene como tortillera asumía?-.
Desde ahí, la noche tuvo un sabor distinto, porque desde ese momento, las ebrias neuronas de la Mili comenzaron a buscar desesperadamente un hombre heterosexual entre sus conocidos. Y por primera vez, ya no se lamentó por la Meli, sino que por ella misma.
-Necesito un pico urgente-. Se dijo a sí misma antes de perderse en su séptimo vaso de vodka.
Por otro lado, a la mañana siguiente, estaba yo, cerro Concepción, y Nicolás.
-Yo creo que es mejor que nos demos un tiempo, que seamos amigos, como por un mes y medio o algo así-.
Estaba tranquilo, más de lo que me imaginaba estar. Quizás porque esperaba esas palabras, quizás por que era mejor eso, a que terminar definitivamente.
-Pero sabi que nosotros inevitablemente vamos a estar juntos, ¿verdad?. Nicolás, yo sé que te amo, y yo sé que me amas, y sé que da absolutamente lo mismo cuanto tiempo pase, sé que da lo mismo si estamos con otras personas en este tiempo, y sé que da lo mismo cualquier cosa. Porque de verdad Nicolás, te aseguro por lo que queraí, que tarde o temprano, nosotros vamos a terminar juntos.
Y de pronto, entre sus más glamorosas que pintorescas gafas de sol, se asomaron las lágrimas que a diferencia de sus palabras, nunca esperé.
-Tienes razón-. Me dijo.
Cuando de pronto a nuestro gran rompecabezas le falta una pieza, y el paraíso parece tan lejos que ni siquiera lo podemos rozar con la punta de un dedo, es ahí, cuando nos damos cuenta de lo placentero de la anestesia. Sustitutos, paraísos ficticios, cualquier cosa que nos haga olvidar que perdimos algo en el camino. La relación no existe, por que en lo ficticio no hay lógica, porque después de todo, el vodka, los cigarros, los chocolates, las series de médicos, la pornografía o los foros gay, sí tienen su encanto.
Pero pese a que cada uno sobrevive a base de lo que encuentra en su bolsillo o en la televisión, siempre existirá algo en común, nuestro falso paraíso por excelencia: Pagano.
Pagano es el exitoso, pero pequeño pub gay al que frecuentamos los 4, junto con la mitad del mundo homosexual de Valparaíso. Donde los baños son mixtos sin importar lo que diga el cartelito, donde los bar-man y bar-woman parecen haber sido sacados de algún desfile seudo-gótico, donde los travestis son lo más cercano a los dioses, y donde a cierta hora, debes ponerte rígido para no ser arrastrado por la muchedumbre en la pequeña pista de baile.
Y ahí estábamos, en el jueves sustituto de un fin de semana, la noche de Placeres Culpables (irónico, ¿no creen?). Aquella música cuyo primer contacto con nosotros fueron esos domingos de limpieza, en los que nuestro sueños mojados con Antonio Banderas eran interrumpidos por Camilo Sesto y su sonido ochentero combinado con la aspiradora. Era todo un mundo inmundamente lejano, que al parecer sólo nuestras madres podía disfrutar. Claro, eso era porque ninguno de nosotros se imaginaba que por esas verdaderamente extrañas vueltas de la vida, “su” música, terminaría siendo “nuestra” música.
Ya en la barra, lugar estratégico para obtener regalos al final de la noche, la Mili observó el local sustituto de un hombre, pensó en lo cercano de su cumpleaños y abrió su cajetilla de cigarros.
-Amo este mundo-. Dijo para tratar de convencerse
Buscó a un hombre para pedir fuego, con sus ojos atravesando el sórdido ambiente, deseando e imaginando a aquél hombre tosco y medio campestre, pero no lo encontró. En su lugar, sólo había un montón de no toscos y no campestres gays y lesbianas.
Encendió su placer culpable con su propio encendedor, y casi con despecho, aspiró la más dulce y satisfactoria bocanada de humo, sin prestar atención a ese dejo amargo o a su pobre clítoris que reclamaba a gritos por alguien..
-Meli, ¿vamos al huevo el próximo jueves?-. Dijo en voz alta par hacerse escuchar sobre la música de Benny Benasi.
-¡Ya!, que buena, noche hetero, me hace falta-. Le respondió la Meli.
Lo que ninguna de las dos sabía, era que al parecer, Benny Benasy era lo suficientemente hipnótico como para hacerles olvidar, que en la realidad, ninguna de las dos se enfrentaría a un hombre heterosxual si no están ebrias.
-¿Te pasa algo?-.
Estábamos en el segundo piso, ellos mirando la pantalla, yo, mirando a mi nuevo amigo.
-Nada, osea..sí. Esto..osea, es difícil-.
Nicolás me miró unos minutos, lamentando la realidad y lo lejos que estábamos de nuestro paraíso.
-Ven-.
Nicolás me tomó la mano, y sin prestar atención a mi negativa, me llevo al baño. Estaba vacío, abrió la puerta del minúsculo espacio que acompañaba al inodoro y me hizo entrar con él. Cerró la puerta que sólo alcanzaba a cubrir la mitad del cuerpo, y bajando el cierre de mi pantalón, hizo lo que cualquier amigo homosexual le haría a su amigo homosexual, encerrados en el baño de un bar homosexual.
-¿Mejor?-. Me preguntó al rato.
-No hay nada que sexo oral no pueda curar-.
Fue ahí cuando supe que aún siendo amigos, yo era el placer culpable de Nicolás.
Cuando los cuatro bajamos al subterráneo, dejamos que la música hiciera su efecto, y sin acuerdo, todos nos hundimos en nuestro paraíso ficticio hecho de colores fosforescentes y de canciones pasadas de moda.. Ahí abajo, nada importaba, ni lo lejos que estuviéramos del paraíso, ni lo ficticio que resultara su sustituto, ni el asma crónica de la Mili que movía sus caderas con “Sopa de Caracol”, ni el dolor de cuello de la Meli al agitarse con Rafaela Carrá, ni nuestra alma de travestis, ni lo que habíamos perdido, ni lo que buscábamos y ni siquiera, con lo que nos habíamos conformado.
Y entonces, mientras todos nos sentíamos sobrenaturalmente afectados por los “dime cuando tú vas a volver” y “quítenme esta soledad” del popurrí de Pandora, dejamos que nuestros sustitutos nos domaran y nos entregamos a nuestros paraísos ficticios. Después de todo, esa era la noche de placeres culpables.
Cuatro horas después, a las 5:45 de la madrugada, lo único real era la habitación de Nicolás y nosotros haciendo el amor. Y por primera vez, la realidad o el paraíso no existieron, ni los placeres culpables, ni los sustitutos, ni las sensaciones agridulces. Porque en un extraño planeta, muy lejos de lo correcto o incorrecto, sólo existíamos nosotros dos.
Eso, hasta que Adán fue un poco más inteligente, contrató un abogado, y con la respectiva separación de bienes, pidió el divorcio.
La historia cuenta, que la solitaria Eva, presa fácil de la depresión (una enfermedad que estaba de moda en ese tiempo), se internó inevitablemente en el mundo de las posibilidades, descubriendo, como todos, un placer sustituto. Las fuentes cercanas cuentan que la primera mujer, logró por fin, encontrar su paraíso, lo malo, es que su paraíso, era ilegal. Y así, la marihuana, la cocaína y el crac, se transformaron en sus nuevos compañeros, en su realidad.
Para nosotros, la realidad, estaba en Valparaíso. La única ciudad donde la línea entre lo pintoresco y lo glamoroso, entre lo sórdido y lo tradicional, es tan delgada. La única ciudad donde el panorama ideal es salir a caminar, sin contar claro, la bohemia porteña.
Pero lo más interesante aún, en este puerto, es darse cuenta como cada uno de sus habitantes, parece haber perdido algo. Cualquier cosa, cualquier persona, por ínfimo o mortal que parezca. Y claro, por consecuencia, cada uno de ellos también está en busca de su sustituto, de su paraíso ficticio. Incluyendo nosotros.
Pero en otro lugar, aún más lejos del paraíso, me encontraba yo, Daniel, en la no agradable mañana sustituta, de la que debería haber sido la agradable mañana post-noche amorosa, con mi pololo.
-Es que de verdad me cansai', me cansa que no disfrutes de esto, me cansa que nunca la podamos pasar bien y me enferma terminar siendo como tu papá-.
Esa vez, a diferencia de muchas otras y tantas veces, no dije nada. Y entonces, tomando el lugar que le correspondían a todas mis hipótesis, a todas las cosas que antes reprochaba, a toda mi obsesiva paranoia, sólo quedó mi silencio.
-¿Te doy un consejo?, relájate, sal con tus amigos, y búscate otro pololo-.
Esa mañana, Nicolás se fue, y lo único que quedó, fue una no paradisíaca habitación vacía, un montón de lágrimas que no paraban y la real, dominante y para nada ficticia realidad. Y esta vez, no había nada que la remplazara.
Mientras que a un mundo homosexual de distancia, la Meli, estaba en su propio paraíso hecho de números y calculadoras, donde la serpiente, se llamaba Cristián, su inalcanzable, rubio y dicharachero amor platónico.
-Hola-. Lo saludó con la sonrisa inocente que sólo una virgen de 20 años puede tener.
-Hola-. Le respondió él.
Y eso fue todo.
Mientras que al otro día:
-¡Hola!-. Lo volvió a saludar, esta vez, con un beso en la cara.
-Ah, hola-.
Y eso fue todo.
Mientras que al otro día:
-Hola, ¿cómo estay?-.
Él la miró, esta vez la Meli llevaba un escote.
-Emm...bien, ¿y tú?-.
-¡Bien!, gracias-.
Pero esta vez, eso no fue todo.
Quizás fue el saludo, quizás fue el olor, quizás era el exceso de tiempo junto al ego de Nicolás, pero esa vez, la Meli, no se iba a conformar con algo ficticio.
-Oye Cris, ¿tení algo que hacer el sábado?-
El la miró con paciencia, y por fin esbozó una sonrisa.
Lo hice, lo logré, por fin ya no más maricones, pensó la Meli, por fin un mino con quién pinchar, por un fin pico que no se pare con otro.
-Pucha, sorry, pero es que yo soy gay-. Respondió Cristián.
-Ah..em..filo, ¡cuídate!-.
Y eso fue todo.
Ese día, la Meli recurrió a su eterno plan B, y se puso a llorar en el baño.
Cuando el mundo está lleno de posibilidades, ¿qué nos impide seguir luchando?, que hay dentro de nosotros que nos hace unos conformistas, unos vagabundos que desviándonos del camino y desesperados por llenar ese vacío, recurrimos a algún sustituto. No importa que sepa amargo, no importa que sea una vil copia del paraíso original, no importa que la etiqueta diga claro y grande “artificial”. Porque claro, mientras nos haga sentir un milésima mejor, la realidad deja de importar.
Entonces ahí entra en juego el extraño y multifacético mundo de las posibilidades. El doloroso juego del buscar, llorar y reemplazar.
A menos claro, que no tengas opción, como nosotros.
La carrera de Inglés de la Universidad Católica, era como algunos la llamaban, la fabrica de maricones. No se sabe porqué, pero había algo en el idioma que atraía al genero webiado, cómo si compartir la lengua madre con Madonna o Kylie, le otorgara glamour a la gente. Eso, a la Mili, le encantaba.
La Mili era la clásica y mundialmente famosa “gay amigui”, la que a todos sus amigos hombres los llama por el equivalente femenino de su nombre, la que no importa en que grupo, contexto o planeta esté, siempre, y absolutamente siempre, tendrá su séquito de webiados que la siguen.
Era tarde, en medio del carrete conmemorativo del día número 28 del segundo semestre, algo, claro está, digno de celebrar, si eres la Mili, obvio.
-Hueon es horrible, mi pobre amiga tiene 20 y de verdad está desesperada por un pico-.
-¡Entonces que deje de ir a los antros de maricones po!-. Exclamó la Yerka, cuyo nombre real, por consecuencia, es Yerko.
-Pero es que no lo podemos evitar po, osea Madonna nos llama, óbviala-.
-Igual tú teni suerte que no tengai ese problema- . Agregó la Maru, una de las pocas mujeres del grupo, pero una de las tantas homosexuales.
La Mili la miró con la máxima concentración que el alcohol le permitía.
-¿Por qué lo decí?-.
-Porque erí maricona, obvio-.
Y de pronto todo se detuvo, y la vida de la Mili, pasó ante sus ojos, literalmente.
-Weona yo no soy lesbi, osea me encantan los maricones, y puedo webiar con mis amigas lesbi o hetero, pero de ahí a que me guste, es harta la diferencia-.
-Ya..., ¿y entonces porqué toda la gente de la U te tiene como tortillera asumía?-.
Desde ahí, la noche tuvo un sabor distinto, porque desde ese momento, las ebrias neuronas de la Mili comenzaron a buscar desesperadamente un hombre heterosexual entre sus conocidos. Y por primera vez, ya no se lamentó por la Meli, sino que por ella misma.
-Necesito un pico urgente-. Se dijo a sí misma antes de perderse en su séptimo vaso de vodka.
Por otro lado, a la mañana siguiente, estaba yo, cerro Concepción, y Nicolás.
-Yo creo que es mejor que nos demos un tiempo, que seamos amigos, como por un mes y medio o algo así-.
Estaba tranquilo, más de lo que me imaginaba estar. Quizás porque esperaba esas palabras, quizás por que era mejor eso, a que terminar definitivamente.
-Pero sabi que nosotros inevitablemente vamos a estar juntos, ¿verdad?. Nicolás, yo sé que te amo, y yo sé que me amas, y sé que da absolutamente lo mismo cuanto tiempo pase, sé que da lo mismo si estamos con otras personas en este tiempo, y sé que da lo mismo cualquier cosa. Porque de verdad Nicolás, te aseguro por lo que queraí, que tarde o temprano, nosotros vamos a terminar juntos.
Y de pronto, entre sus más glamorosas que pintorescas gafas de sol, se asomaron las lágrimas que a diferencia de sus palabras, nunca esperé.
-Tienes razón-. Me dijo.
Cuando de pronto a nuestro gran rompecabezas le falta una pieza, y el paraíso parece tan lejos que ni siquiera lo podemos rozar con la punta de un dedo, es ahí, cuando nos damos cuenta de lo placentero de la anestesia. Sustitutos, paraísos ficticios, cualquier cosa que nos haga olvidar que perdimos algo en el camino. La relación no existe, por que en lo ficticio no hay lógica, porque después de todo, el vodka, los cigarros, los chocolates, las series de médicos, la pornografía o los foros gay, sí tienen su encanto.
Pero pese a que cada uno sobrevive a base de lo que encuentra en su bolsillo o en la televisión, siempre existirá algo en común, nuestro falso paraíso por excelencia: Pagano.
Pagano es el exitoso, pero pequeño pub gay al que frecuentamos los 4, junto con la mitad del mundo homosexual de Valparaíso. Donde los baños son mixtos sin importar lo que diga el cartelito, donde los bar-man y bar-woman parecen haber sido sacados de algún desfile seudo-gótico, donde los travestis son lo más cercano a los dioses, y donde a cierta hora, debes ponerte rígido para no ser arrastrado por la muchedumbre en la pequeña pista de baile.
Y ahí estábamos, en el jueves sustituto de un fin de semana, la noche de Placeres Culpables (irónico, ¿no creen?). Aquella música cuyo primer contacto con nosotros fueron esos domingos de limpieza, en los que nuestro sueños mojados con Antonio Banderas eran interrumpidos por Camilo Sesto y su sonido ochentero combinado con la aspiradora. Era todo un mundo inmundamente lejano, que al parecer sólo nuestras madres podía disfrutar. Claro, eso era porque ninguno de nosotros se imaginaba que por esas verdaderamente extrañas vueltas de la vida, “su” música, terminaría siendo “nuestra” música.
Ya en la barra, lugar estratégico para obtener regalos al final de la noche, la Mili observó el local sustituto de un hombre, pensó en lo cercano de su cumpleaños y abrió su cajetilla de cigarros.
-Amo este mundo-. Dijo para tratar de convencerse
Buscó a un hombre para pedir fuego, con sus ojos atravesando el sórdido ambiente, deseando e imaginando a aquél hombre tosco y medio campestre, pero no lo encontró. En su lugar, sólo había un montón de no toscos y no campestres gays y lesbianas.
Encendió su placer culpable con su propio encendedor, y casi con despecho, aspiró la más dulce y satisfactoria bocanada de humo, sin prestar atención a ese dejo amargo o a su pobre clítoris que reclamaba a gritos por alguien..
-Meli, ¿vamos al huevo el próximo jueves?-. Dijo en voz alta par hacerse escuchar sobre la música de Benny Benasi.
-¡Ya!, que buena, noche hetero, me hace falta-. Le respondió la Meli.
Lo que ninguna de las dos sabía, era que al parecer, Benny Benasy era lo suficientemente hipnótico como para hacerles olvidar, que en la realidad, ninguna de las dos se enfrentaría a un hombre heterosxual si no están ebrias.
-¿Te pasa algo?-.
Estábamos en el segundo piso, ellos mirando la pantalla, yo, mirando a mi nuevo amigo.
-Nada, osea..sí. Esto..osea, es difícil-.
Nicolás me miró unos minutos, lamentando la realidad y lo lejos que estábamos de nuestro paraíso.
-Ven-.
Nicolás me tomó la mano, y sin prestar atención a mi negativa, me llevo al baño. Estaba vacío, abrió la puerta del minúsculo espacio que acompañaba al inodoro y me hizo entrar con él. Cerró la puerta que sólo alcanzaba a cubrir la mitad del cuerpo, y bajando el cierre de mi pantalón, hizo lo que cualquier amigo homosexual le haría a su amigo homosexual, encerrados en el baño de un bar homosexual.
-¿Mejor?-. Me preguntó al rato.
-No hay nada que sexo oral no pueda curar-.
Fue ahí cuando supe que aún siendo amigos, yo era el placer culpable de Nicolás.
Cuando los cuatro bajamos al subterráneo, dejamos que la música hiciera su efecto, y sin acuerdo, todos nos hundimos en nuestro paraíso ficticio hecho de colores fosforescentes y de canciones pasadas de moda.. Ahí abajo, nada importaba, ni lo lejos que estuviéramos del paraíso, ni lo ficticio que resultara su sustituto, ni el asma crónica de la Mili que movía sus caderas con “Sopa de Caracol”, ni el dolor de cuello de la Meli al agitarse con Rafaela Carrá, ni nuestra alma de travestis, ni lo que habíamos perdido, ni lo que buscábamos y ni siquiera, con lo que nos habíamos conformado.
Y entonces, mientras todos nos sentíamos sobrenaturalmente afectados por los “dime cuando tú vas a volver” y “quítenme esta soledad” del popurrí de Pandora, dejamos que nuestros sustitutos nos domaran y nos entregamos a nuestros paraísos ficticios. Después de todo, esa era la noche de placeres culpables.
Cuatro horas después, a las 5:45 de la madrugada, lo único real era la habitación de Nicolás y nosotros haciendo el amor. Y por primera vez, la realidad o el paraíso no existieron, ni los placeres culpables, ni los sustitutos, ni las sensaciones agridulces. Porque en un extraño planeta, muy lejos de lo correcto o incorrecto, sólo existíamos nosotros dos.
lunes, 23 de julio de 2007
Common People (Pulp)
Cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso, seguramente pensaron que su exilio fue un precio demasiado alto para su lujuria. Hoy en día, después del descubrimiento del sexo oral, anal, fetiches, juguetes sexuales, pornografía, sadomasoquismo, lluvia dorada y eyaculaciones en sectores inéditos, seguramente, hubieran pensado distinto.
Y entonces nos encontramos aquí, en el pequeño, sórdido, multifacético y a veces transformista, mundo gay. Donde lanzar preservativos al público es reconocido como un deporte y fornicar en un baño es el equivalente a una cena romántica.
Y justo en medio de toda esa nebulosa color rosa pastel, me encuentro yo: Nicolás, 19 años, narcisista, activo y un apestosamente seguro de mi mismo estudiante Arte, pelo corto, negro, ojos café oscuros y que al caminar expresan desde la calentura hasta el desprecio. Pololeando con Daniel, 18 años, inseguro, competitivo, pasivo, quizás un poco bajito, pelo crespo, negro y un guardarropas llenándose de etiquetas con la inscripción zara, demasiado racional y pasando por una crisis vocacional la que lo hizo abandonar su carrera. Tengo como amiga desde la escuela a Emilia (a la que llamamos Mili), 19 años, eternamente festiva, con un vocabulario redundante en penes, estudiante de Inglés, ferviente enemiga de las pastillas anticonceptivas culpables de su estrepitoso aumento de peso, labios de un rojo muy fuerte, mejillas pintadas de un rosa y ojos delineados de negro que acentúan sus pestañas, y ni hablar de sus uñas, las cuales cambian de color con su estado de animo, que desafiando las leyes de la lógica, nunca pasan desapercibidas. Su imagen pasa entre una prostituta o una vieja muñeca de porcelana. Además, se le vincula lésbicamente con Melissa (a la que para hacer juego con el nombre de Mili, le llamamos Meli), 20 años, sobrenaturalmente predispuesta al llanto, estudiante de administración internacional, que entró en una catarsis desesperada por perder su virginidad. Todos sus recursos de belleza fueron adquiridos gracias a Mili, por lo que ambas logran parecido en su estilo.
Nos encontrábamos todos, reunidos de forma encubierta en mi casa para celebrar el cumpleaños sorpresa número 20 de Meli, que de todas formas, está condicionada para no sospechar absolutamente nada.
-¡Llegaste!, ¿trajiste el chocolate? y la...-
Miré compasivamente la caja que llevaba Daniel en su mano derecha.
-La torta está...-
-Sí, ahora además, se me chorrea la torta- añadió
-¡Eso ya no se dice!-. Gritó Meli desde la cocina, esclavizada para hacer los jellys y el pan de ajo.
Y en eso pasó el día, entre el hacer chocolates en forma de penes y corazones de Daniel y convertir mi casa en un monasterio rosa pastel con un lollypop gigante como piñata.
Entre el llegar de Javier, amigo homosexual de las chicas y mío que exaltó lo “webiado” que se veía todo, y el de Blanca, hermana de las festejada que con una desesperada excusa se escapó de la once cumple añera.
Lo que quedó de tiempo, se nos resumió en desesperarse por los videos mal grabados en un CD y el mal funcionamiento del computador, por lo que terminó Daniel reemplazándome en mi papel de escolta y espero a la cumple añera en el paradero.
-¡Feliz cumpleaños!-
-Gracias, te pasaste-
Y entonces hizo su trabajo.
-Oye, pero sabí, la Mili te tenía un regalo, así que me pidió que te vendara los ojos- dijo para distraer a la Meli.
-¿Qué?, yaaaaaa, las cosas que me hace hacer esa ctm-
Y caminaron de la mano, y cuando por fin llegaron, sonando “fergylicius” de fondo (mentira, pero esa era la idea), todos le dimos la sorpresa.
La Meli se puso a llorar.
Por fin, cuando el no sorprendente llanterío se detuvo, dijo:
-Veinte y sigo virgen, si llego a los 23 igual, les juro que me corto una y me la pego en la frente-
-Lo terrible, osea me da pena por ti, es que cuando la perdai, vamos a estar todos ahí pendientes-. Mencionó Mili ya con las mejillas enrojecidas, por tantas copas.
-Onda haciéndote barra-. Continuó Daniel.
-Ya, pero a ti tampoco te ha tocado, si igual te falta un pico desde hace tiempo-. Le dije yo a la Mili.
-Demás, yo cacho que hasta se me regeneró el himen-. respondió
-Filtra weona, filtra-. Se burló Javier.
Dado a que el tema de la fiesta era “Melicius” (sí lector gay, como la canción de fergi pero con meli), el índice de azúcar en el cuerpo de todos, fue casi tan alto como el índice de alcohol en el organismo de Mili, que a esa hora, con Meli (obvio) ya estaban bailando las coreografías de Britney Spears.
Mientras que, para alimentar la imaginación de mi novio, con Javier nos sentamos en un sillón a conversar, nuestra amistad había sufrido un quiebre en el momento en que conocí a Daniel, por lo que era momento de solucionarlo. Claro, no fue lo mismo para él. Digamos que según su expresión, fue algo un poco más desagradable, se sintió dejado de lado.
Pero mientras él planteaba nuevas hipótesis, yo continuaba con Javier, con el que después de solucionar todo conversamos de banalidades y miradas a futuro, si se veía con hijos o con un hombre a su lado, que prototipos de hombres le gustaban, etc. Eso, hasta que una mirada de Daniel rompió la conversación tras tres cuartos de hora.
-¡¿Y pa que se callan?!, si igual vamos a saber-. Dijo la Mili un poco ebria y con su cara que combinaba con el color de sus labios.
La noche continuo igual, Mili y Meli bailando, Javier cantando y Daniel aunque molesto, trataba de disfrutar la noche.
Aceptémoslo, no es que la agresividad y descortesía de Mili, la pasividad y cerebro matemático de Meli, la paranoia e inocencia corrompida de Daniel, y mi arrogancia y síndrome del hombre-florero suenen muy compatibles, pero después de todo, aquí estamos. Desde hace ya un año en el mundo gay, llegando a los veinte en una ciudad donde por cada heterosexual, saldrá un gay asumido, donde por seis años seguimos siendo amigos con algunos, y donde hace siete meses que encontré a Daniel (que hasta ahora ha sido la mejor relación). La misma ciudad donde, quizás, para el día de mañana, debemos dejar atrás los odios por las pastillas anticonceptivas, para poder abandonar nuestro egos y comenzar la relación anhelada. Quizás debamos abrir nuestras piernas a nuevos mundos para perder lo que no hemos perdido. Quizás debamos mirar nuevamente nuestro carné de identidad para saber quienes somos o quizás aprender que es necesaria la compañía, no solo de un vodka piña.
Pero lo que es más probable aún, es que el día de mañana cantaremos Lady Marmalade con boas al cuello, mientras unas pequeñas, gay y blancas luces nos iluminaban para hacernos creer que nos encontrábamos en el mismo “Moulan Rouge”, pelearemos por dulces de envoltorios brillosos y de colores metálicos provenientes de un dulce aún más grande, y descubriremos que ser uno de los Sclub Seven, no fue tan malo.Y sí,las travesuras de niños descubriendo el mundo terminaron, pero nos dieron paso a un mundo lleno de travestís, plumas y color. Una vida de gente común, que un día toma conciencia de que vale más, por lo que es, por lo que tiene y por lo que cree.
Y entonces nos encontramos aquí, en el pequeño, sórdido, multifacético y a veces transformista, mundo gay. Donde lanzar preservativos al público es reconocido como un deporte y fornicar en un baño es el equivalente a una cena romántica.
Y justo en medio de toda esa nebulosa color rosa pastel, me encuentro yo: Nicolás, 19 años, narcisista, activo y un apestosamente seguro de mi mismo estudiante Arte, pelo corto, negro, ojos café oscuros y que al caminar expresan desde la calentura hasta el desprecio. Pololeando con Daniel, 18 años, inseguro, competitivo, pasivo, quizás un poco bajito, pelo crespo, negro y un guardarropas llenándose de etiquetas con la inscripción zara, demasiado racional y pasando por una crisis vocacional la que lo hizo abandonar su carrera. Tengo como amiga desde la escuela a Emilia (a la que llamamos Mili), 19 años, eternamente festiva, con un vocabulario redundante en penes, estudiante de Inglés, ferviente enemiga de las pastillas anticonceptivas culpables de su estrepitoso aumento de peso, labios de un rojo muy fuerte, mejillas pintadas de un rosa y ojos delineados de negro que acentúan sus pestañas, y ni hablar de sus uñas, las cuales cambian de color con su estado de animo, que desafiando las leyes de la lógica, nunca pasan desapercibidas. Su imagen pasa entre una prostituta o una vieja muñeca de porcelana. Además, se le vincula lésbicamente con Melissa (a la que para hacer juego con el nombre de Mili, le llamamos Meli), 20 años, sobrenaturalmente predispuesta al llanto, estudiante de administración internacional, que entró en una catarsis desesperada por perder su virginidad. Todos sus recursos de belleza fueron adquiridos gracias a Mili, por lo que ambas logran parecido en su estilo.
Nos encontrábamos todos, reunidos de forma encubierta en mi casa para celebrar el cumpleaños sorpresa número 20 de Meli, que de todas formas, está condicionada para no sospechar absolutamente nada.
-¡Llegaste!, ¿trajiste el chocolate? y la...-
Miré compasivamente la caja que llevaba Daniel en su mano derecha.
-La torta está...-
-Sí, ahora además, se me chorrea la torta- añadió
-¡Eso ya no se dice!-. Gritó Meli desde la cocina, esclavizada para hacer los jellys y el pan de ajo.
Y en eso pasó el día, entre el hacer chocolates en forma de penes y corazones de Daniel y convertir mi casa en un monasterio rosa pastel con un lollypop gigante como piñata.
Entre el llegar de Javier, amigo homosexual de las chicas y mío que exaltó lo “webiado” que se veía todo, y el de Blanca, hermana de las festejada que con una desesperada excusa se escapó de la once cumple añera.
Lo que quedó de tiempo, se nos resumió en desesperarse por los videos mal grabados en un CD y el mal funcionamiento del computador, por lo que terminó Daniel reemplazándome en mi papel de escolta y espero a la cumple añera en el paradero.
-¡Feliz cumpleaños!-
-Gracias, te pasaste-
Y entonces hizo su trabajo.
-Oye, pero sabí, la Mili te tenía un regalo, así que me pidió que te vendara los ojos- dijo para distraer a la Meli.
-¿Qué?, yaaaaaa, las cosas que me hace hacer esa ctm-
Y caminaron de la mano, y cuando por fin llegaron, sonando “fergylicius” de fondo (mentira, pero esa era la idea), todos le dimos la sorpresa.
La Meli se puso a llorar.
Por fin, cuando el no sorprendente llanterío se detuvo, dijo:
-Veinte y sigo virgen, si llego a los 23 igual, les juro que me corto una y me la pego en la frente-
-Lo terrible, osea me da pena por ti, es que cuando la perdai, vamos a estar todos ahí pendientes-. Mencionó Mili ya con las mejillas enrojecidas, por tantas copas.
-Onda haciéndote barra-. Continuó Daniel.
-Ya, pero a ti tampoco te ha tocado, si igual te falta un pico desde hace tiempo-. Le dije yo a la Mili.
-Demás, yo cacho que hasta se me regeneró el himen-. respondió
-Filtra weona, filtra-. Se burló Javier.
Dado a que el tema de la fiesta era “Melicius” (sí lector gay, como la canción de fergi pero con meli), el índice de azúcar en el cuerpo de todos, fue casi tan alto como el índice de alcohol en el organismo de Mili, que a esa hora, con Meli (obvio) ya estaban bailando las coreografías de Britney Spears.
Mientras que, para alimentar la imaginación de mi novio, con Javier nos sentamos en un sillón a conversar, nuestra amistad había sufrido un quiebre en el momento en que conocí a Daniel, por lo que era momento de solucionarlo. Claro, no fue lo mismo para él. Digamos que según su expresión, fue algo un poco más desagradable, se sintió dejado de lado.
Pero mientras él planteaba nuevas hipótesis, yo continuaba con Javier, con el que después de solucionar todo conversamos de banalidades y miradas a futuro, si se veía con hijos o con un hombre a su lado, que prototipos de hombres le gustaban, etc. Eso, hasta que una mirada de Daniel rompió la conversación tras tres cuartos de hora.
-¡¿Y pa que se callan?!, si igual vamos a saber-. Dijo la Mili un poco ebria y con su cara que combinaba con el color de sus labios.
La noche continuo igual, Mili y Meli bailando, Javier cantando y Daniel aunque molesto, trataba de disfrutar la noche.
Aceptémoslo, no es que la agresividad y descortesía de Mili, la pasividad y cerebro matemático de Meli, la paranoia e inocencia corrompida de Daniel, y mi arrogancia y síndrome del hombre-florero suenen muy compatibles, pero después de todo, aquí estamos. Desde hace ya un año en el mundo gay, llegando a los veinte en una ciudad donde por cada heterosexual, saldrá un gay asumido, donde por seis años seguimos siendo amigos con algunos, y donde hace siete meses que encontré a Daniel (que hasta ahora ha sido la mejor relación). La misma ciudad donde, quizás, para el día de mañana, debemos dejar atrás los odios por las pastillas anticonceptivas, para poder abandonar nuestro egos y comenzar la relación anhelada. Quizás debamos abrir nuestras piernas a nuevos mundos para perder lo que no hemos perdido. Quizás debamos mirar nuevamente nuestro carné de identidad para saber quienes somos o quizás aprender que es necesaria la compañía, no solo de un vodka piña.
Pero lo que es más probable aún, es que el día de mañana cantaremos Lady Marmalade con boas al cuello, mientras unas pequeñas, gay y blancas luces nos iluminaban para hacernos creer que nos encontrábamos en el mismo “Moulan Rouge”, pelearemos por dulces de envoltorios brillosos y de colores metálicos provenientes de un dulce aún más grande, y descubriremos que ser uno de los Sclub Seven, no fue tan malo.Y sí,las travesuras de niños descubriendo el mundo terminaron, pero nos dieron paso a un mundo lleno de travestís, plumas y color. Una vida de gente común, que un día toma conciencia de que vale más, por lo que es, por lo que tiene y por lo que cree.
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