Cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso, seguramente pensaron que su exilio fue un precio demasiado alto para su lujuria. Hoy en día, después del descubrimiento del sexo oral, anal, fetiches, juguetes sexuales, pornografía, sadomasoquismo, lluvia dorada y eyaculaciones en sectores inéditos, seguramente, hubieran pensado distinto.
Y entonces nos encontramos aquí, en el pequeño, sórdido, multifacético y a veces transformista, mundo gay. Donde lanzar preservativos al público es reconocido como un deporte y fornicar en un baño es el equivalente a una cena romántica.
Y justo en medio de toda esa nebulosa color rosa pastel, me encuentro yo: Nicolás, 19 años, narcisista, activo y un apestosamente seguro de mi mismo estudiante Arte, pelo corto, negro, ojos café oscuros y que al caminar expresan desde la calentura hasta el desprecio. Pololeando con Daniel, 18 años, inseguro, competitivo, pasivo, quizás un poco bajito, pelo crespo, negro y un guardarropas llenándose de etiquetas con la inscripción zara, demasiado racional y pasando por una crisis vocacional la que lo hizo abandonar su carrera. Tengo como amiga desde la escuela a Emilia (a la que llamamos Mili), 19 años, eternamente festiva, con un vocabulario redundante en penes, estudiante de Inglés, ferviente enemiga de las pastillas anticonceptivas culpables de su estrepitoso aumento de peso, labios de un rojo muy fuerte, mejillas pintadas de un rosa y ojos delineados de negro que acentúan sus pestañas, y ni hablar de sus uñas, las cuales cambian de color con su estado de animo, que desafiando las leyes de la lógica, nunca pasan desapercibidas. Su imagen pasa entre una prostituta o una vieja muñeca de porcelana. Además, se le vincula lésbicamente con Melissa (a la que para hacer juego con el nombre de Mili, le llamamos Meli), 20 años, sobrenaturalmente predispuesta al llanto, estudiante de administración internacional, que entró en una catarsis desesperada por perder su virginidad. Todos sus recursos de belleza fueron adquiridos gracias a Mili, por lo que ambas logran parecido en su estilo.
Nos encontrábamos todos, reunidos de forma encubierta en mi casa para celebrar el cumpleaños sorpresa número 20 de Meli, que de todas formas, está condicionada para no sospechar absolutamente nada.
-¡Llegaste!, ¿trajiste el chocolate? y la...-
Miré compasivamente la caja que llevaba Daniel en su mano derecha.
-La torta está...-
-Sí, ahora además, se me chorrea la torta- añadió
-¡Eso ya no se dice!-. Gritó Meli desde la cocina, esclavizada para hacer los jellys y el pan de ajo.
Y en eso pasó el día, entre el hacer chocolates en forma de penes y corazones de Daniel y convertir mi casa en un monasterio rosa pastel con un lollypop gigante como piñata.
Entre el llegar de Javier, amigo homosexual de las chicas y mío que exaltó lo “webiado” que se veía todo, y el de Blanca, hermana de las festejada que con una desesperada excusa se escapó de la once cumple añera.
Lo que quedó de tiempo, se nos resumió en desesperarse por los videos mal grabados en un CD y el mal funcionamiento del computador, por lo que terminó Daniel reemplazándome en mi papel de escolta y espero a la cumple añera en el paradero.
-¡Feliz cumpleaños!-
-Gracias, te pasaste-
Y entonces hizo su trabajo.
-Oye, pero sabí, la Mili te tenía un regalo, así que me pidió que te vendara los ojos- dijo para distraer a la Meli.
-¿Qué?, yaaaaaa, las cosas que me hace hacer esa ctm-
Y caminaron de la mano, y cuando por fin llegaron, sonando “fergylicius” de fondo (mentira, pero esa era la idea), todos le dimos la sorpresa.
La Meli se puso a llorar.
Por fin, cuando el no sorprendente llanterío se detuvo, dijo:
-Veinte y sigo virgen, si llego a los 23 igual, les juro que me corto una y me la pego en la frente-
-Lo terrible, osea me da pena por ti, es que cuando la perdai, vamos a estar todos ahí pendientes-. Mencionó Mili ya con las mejillas enrojecidas, por tantas copas.
-Onda haciéndote barra-. Continuó Daniel.
-Ya, pero a ti tampoco te ha tocado, si igual te falta un pico desde hace tiempo-. Le dije yo a la Mili.
-Demás, yo cacho que hasta se me regeneró el himen-. respondió
-Filtra weona, filtra-. Se burló Javier.
Dado a que el tema de la fiesta era “Melicius” (sí lector gay, como la canción de fergi pero con meli), el índice de azúcar en el cuerpo de todos, fue casi tan alto como el índice de alcohol en el organismo de Mili, que a esa hora, con Meli (obvio) ya estaban bailando las coreografías de Britney Spears.
Mientras que, para alimentar la imaginación de mi novio, con Javier nos sentamos en un sillón a conversar, nuestra amistad había sufrido un quiebre en el momento en que conocí a Daniel, por lo que era momento de solucionarlo. Claro, no fue lo mismo para él. Digamos que según su expresión, fue algo un poco más desagradable, se sintió dejado de lado.
Pero mientras él planteaba nuevas hipótesis, yo continuaba con Javier, con el que después de solucionar todo conversamos de banalidades y miradas a futuro, si se veía con hijos o con un hombre a su lado, que prototipos de hombres le gustaban, etc. Eso, hasta que una mirada de Daniel rompió la conversación tras tres cuartos de hora.
-¡¿Y pa que se callan?!, si igual vamos a saber-. Dijo la Mili un poco ebria y con su cara que combinaba con el color de sus labios.
La noche continuo igual, Mili y Meli bailando, Javier cantando y Daniel aunque molesto, trataba de disfrutar la noche.
Aceptémoslo, no es que la agresividad y descortesía de Mili, la pasividad y cerebro matemático de Meli, la paranoia e inocencia corrompida de Daniel, y mi arrogancia y síndrome del hombre-florero suenen muy compatibles, pero después de todo, aquí estamos. Desde hace ya un año en el mundo gay, llegando a los veinte en una ciudad donde por cada heterosexual, saldrá un gay asumido, donde por seis años seguimos siendo amigos con algunos, y donde hace siete meses que encontré a Daniel (que hasta ahora ha sido la mejor relación). La misma ciudad donde, quizás, para el día de mañana, debemos dejar atrás los odios por las pastillas anticonceptivas, para poder abandonar nuestro egos y comenzar la relación anhelada. Quizás debamos abrir nuestras piernas a nuevos mundos para perder lo que no hemos perdido. Quizás debamos mirar nuevamente nuestro carné de identidad para saber quienes somos o quizás aprender que es necesaria la compañía, no solo de un vodka piña.
Pero lo que es más probable aún, es que el día de mañana cantaremos Lady Marmalade con boas al cuello, mientras unas pequeñas, gay y blancas luces nos iluminaban para hacernos creer que nos encontrábamos en el mismo “Moulan Rouge”, pelearemos por dulces de envoltorios brillosos y de colores metálicos provenientes de un dulce aún más grande, y descubriremos que ser uno de los Sclub Seven, no fue tan malo.Y sí,las travesuras de niños descubriendo el mundo terminaron, pero nos dieron paso a un mundo lleno de travestís, plumas y color. Una vida de gente común, que un día toma conciencia de que vale más, por lo que es, por lo que tiene y por lo que cree.
lunes, 23 de julio de 2007
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